La memoria colectiva nos lleva a recordar los momentos críticos que han definido la historia de nuestro país. Uno de esos instantes fue el día 19 de septiembre de 1985, cuando un devastador terremoto de magnitud 8.1 azotó Michoacán, provocando una tragedia sin precedentes en nuestra memoria nacional. El sismo, cuyo epicentro se ubicaba en la región de Colima, causó más de 6,000 muertes y miles de edificios derruidos, dejando un rastro de destrucción que aún nos impacta hoy.

Sin embargo, a medida que pasan los años, la frecuencia y el impacto de estos sucesos han hecho que algunos crean que hay una relación entre ellos. Algunos incluso han especulado sobre si los sismos ocurren por temporadas o si pueden predecirse. Sin embargo, es importante recordar que los expertos en sismología nos garantizan que los terremotos no siguen un patrón predecible ni están relacionados entre sí.

A pesar de esta certeza científica, la memoria colectiva sigue siendo fuerte y asociando el día 19 de septiembre a momentos críticos en nuestra historia. El recuerdo de aquellos terremotos nos hace reflexionar sobre la fragilidad del ser humano ante la naturaleza y la capacidad de resiliencia que demostramos en momentos de crisis.

En ese sentido, el año 2017 también se convirtió en un recordatorio doloroso. Un sismo de magnitud 8.2 azotó Chiapas y Oaxaca, causando daños significativos y al menos 37 muertes. Aunque no llegó a la gravedad del terremoto de 1985, fue un nuevo recordatorio de la importancia de estar preparados para enfrentar los desafíos naturales que pueden surgir en cualquier momento.

Y luego, el año pasado, volvimos a experimentar una nueva sacudida. Un sismo de magnitud 7.6 azotó la región central del país, dejando un saldo de al menos 11 muertes y miles de personas afectadas. Fue un nuevo recordatorio de que la naturaleza puede sorprendernos en cualquier momento, sin importar la frecuencia o intensidad de los sucesos pasados.

En este sentido, es importante no solo reflexionar sobre el pasado sino también prepararnos para el futuro. Los sismos pueden ser inevitables, pero podemos mitigar sus efectos mediante la inversión en infraestructura resistente y la educación sobre cómo responder en momentos de crisis.

Esperemos que la memoria colectiva nos permita aprender lecciones del pasado y prepararnos para enfrentar el futuro. El día 19 de septiembre puede ser un recordatorio doloroso, pero también es una oportunidad para reflexionar sobre nuestra capacidad para sobrevivir y prosperar en momentos de crisis.